Dicen que la diosa es la fuente de todo, junto con su consorte. Juntos forman un equilibrio perfecto, juntos forman el todo y la nada, juntos nacen, crecen, envejecen y mueren, juntos son la eterna espiral. Hace muchos años que fui llamada al camino de la diosa, hace mucho tiempo que mi vida es guiada por ella, aprendiendo de sus lecciones, fortaleciéndome en cada bache del camino, siendo más fuerte cada día. Siempre la he notado cerca de mí, pese a mis situaciones, he notado su cálido aliento, y su abrazo protector… Hoy no soy capaz de sentirla… ¿La diosa me abandono?
Mis ojos se deslizan sobre esas letras recién escritas, ese sentimiento enfrentado. Los sentimientos se agolpan en mi pecho, y las lágrimas resbalan por mis mejillas, abandono, tristeza, resquemor, soledad y muchos más, se agolpan en el centro de mi pecho. Las cosas son tan difíciles ahora que todo está en desequilibrio, el caos parece haberse aferrado a mí como si fuera una lapa. Entre lágrimas pido a la diosa que me ilumine un poco el camino, pido con todas mis fuerzas que cese este caos en el que mi vida ha sido sumergida, pero sigo sin notarla, sigo sin sentir su abrazo cálido y reconfortante.
Los días van pasando, y cada vez me siento más alejada de la diosa, por mi mente han pasado pensamientos que no abría pensado en épocas mejores. ¿Pero qué es lo que pasa cuando pasas una época mala? Que todos los pensamientos terminan siendo negativos, ahora lo sé… No quería volver al camino de la diosa, no quería tener una diosa que hacia tanto daño, que permitía que se sufriera de esta manera, que cuando más la necesitabas no estaba. Las preguntas se agolpaban en mi mente ¿Dónde estás gran madre? ¿Qué hice mal? ¿Por qué te fuiste? Y muchas más… Los minutos, las horas, los días, las semanas, siguieron pasando, y esta sensación de abandono continuaba, hasta el punto del pasotismo extremo. Pero cuando menos te lo esperas, tu vida vuelve a cambiar sin previo aviso. Iba conduciendo sin rumbo ninguno, solo quería escapar durante un rato de todo aquello que me agobiaba, con lagrimas en los ojos llegue a un lugar, un pequeño monte, donde nadie podría encontrarme, solo los animales que allí vivieran, era la única compañía que necesitaba.
Aparque el coche, salí con mi abrigo y mi gorro en mano y eche a caminar. Camine, camine y camine, hasta que mis piernas no podían más. Me senté en un pequeño claro, y solo mire al frente. El sol ya se estaba poniendo, los tonos rojizos, naranjas y amarillos invadían todo el cielo, dando paso al azul oscuro de la noche. Seguía llorando, y seguía haciéndome preguntas. Pasado un rato escuche una risa, secándome los ojos, vi como una mujer de mediana edad paseaba alegremente. Sin decir nada se seto a mi lado, mirando al frente, mirando la vista tan hermosa que teníamos delante. Arranque a llorar y en silencio ella me cogió la mano, Llore hasta el agotamiento y esa mujer aguanto sosteniéndome la mano, sin dejarla caer ni un segundo, acariciándola suavemente. Era todo tan extraño, y familiar a la vez, que daba hasta miedo. Esa mujer desconocida, que jamás había visto, que jamás pensaría que se pararía a escuchar mis llantos. Allí estuvo, todo el rato con mi mano entre las suyas. Rodeo mi cuerpo con un brazo suyo y me dio un beso. Era tan cálido su abrazo y tan reconfortante que desee que ese momento no terminara nunca. La mire a los ojos y no hizo falta decir nada, ella podía ver en mis ojos la gratitud que tenia, y yo reconocí esos ojos. Mi boca se abrió, como si quisiera decir algo, pero no consiguió articular palabra ninguna… ella sonrió y volvió a mirar al frente, soltando su abrazo, se acurruco sobre sus rodillas, y yo adopte la misma postura.
Solo dijo “siempre estoy aquí”, cuando yo gire la cabeza para mirarla, la mujer ya no estaba, era como si se hubiera esfumado. Era imposible que hubiera salido corriendo, o haberse marchado sin que yo me diera cuenta, estábamos tan juntas que nos rozábamos al movernos… Sus ojos llegaron hasta mi memoria, era ella… Y en ese momento lo entendí, siempre había estado conmigo, ofreciéndome su abrazo eterno. Yo fui la que decidió alejarse…
Me quede en esa posición mirando al horizonte hasta que el dios comenzó hacer acto de presencia con sus rallos de sol. Mi vida había cambiado nuevamente, una nueva espiral se había comenzado a formar, un nuevo comienzo, pues la anterior había finalizado. La diosa estaba conmigo, y siempre lo estará…